SEPULVEDA, LUIS. 1995. PATAGONIA EXPRESS. EDITORIAL: TUSQUETS EDITORES S.A.
EL PIOJO
(Mentira de Isidoro Cruz, contada en una estancia en la zona norte del lago General Carrera; en Sepulveda, 1995)
“Isidoro Cruz, de Las Heras, provincia del Chubut, se echa un largo trago de vino antes de empezar.
Lo que voy a contar pasó hace algún tiempo, en el año del invierno más perro, ustedes deben recordarlo. Yo estaba pobre y flaco, tan flaco que ni sombra daba, tan flaco, que no podía usar el poncho, porque apenas metía la cabeza en el agujero pasaba de largo hasta mis pies. Una mañana me dije: «Isidoro, esto no puede seguir así, de tal manera que te vas para Chile». Mi caballo estaba tan flaco como yo, así que antes de montarlo le pregunté: «Che, matungo, ¿pensás que podés cargarme?». El me respondió: «Sí, pero sin la silla. Acomodate por ahí, entre mis costillas». Seguí el consejo del caballo y juntos nos lanzamos al cruce de la cordillera. Me acercaba a la frontera chilena cuando desde algún lugar cercano escuché una voz débil, muy débil, que decía: «No puedo más, aquí me quedo». Asustado miré en todas direcciones buscando al dueño de la voz, pero no vi a nadie. Entonces le hablé a la soledad: «No te veo. Mostrate». La débil voz se dejó oír nuevamente: «Bajo tu sobaco izquierdo. Estoy bajo tu sobaco izquierdo». Metí una mano entre el pellejo y palpé algo entre las arrugas del sobaco. Al sacarla apareció un piojo aferrado a mi dedo, un piojo tan flaco como mi caballo y yo mismo. Pobre piojo, pensé, y le pregunté desde cuándo vivía en mi cuerpo. «Muchos años, muchos. Pero llegó el momento de separarnos. Aunque no peso ni un gramo, soy una carga inútil para vos y para el caballo. Dejame en el suelo, compañero». Sentí que el piojo tenía razón y lo dejé bajo una piedra, escondido para que no se lo comiera algún pájaro de los cerros. «Si me va bien en Chile, al regreso te busco y te dejo picarme todo lo que querás», le dije al despedirme.
«En Chile nos fue bien. Subí de peso, también el caballo engordó, y cuando al cabo de un año emprendimos el regreso con plata en el bolsillo, silla y espuelas nuevas, busqué al piojo donde lo dejara. Lo encontré. Estaba más flaco todavía, se veía transparente y ya casi no se movía. “Aquí estoy, che piojo. Vení y picá, picá todo lo que querés”, le dije metiéndolo bajo mi sobaco izquierdo. El piojo picó, despacito primero, luego con fuerza, con ganas de chupar sangre. De pronto el piojo comenzó a reír, y yo también reí, y mi risa contagió al caballo. Cruzamos la cordillera riendo, borrachos de felicidad, y desde entonces ese paso de montaña se llama Paso de la Alegría. Todo esto ocurrió, como les dije, hace algún tiempo, en el año del invierno más perro…».
Isidoro Cruz termina su mentira con semblante serio. Los gauchos ponderan sus argumentos, los evalúan, deciden que es una mentira linda, aplauden, beben, prometen no olvidarla, y le toca turno a Carlos Hein, rubio gaucho de Coyhaique.”