Camilo Zapata
Yo me crie en el valle Simpson con mi abuelo materno, don Osvaldo Troncoso. Esta me la contó él. Dice que un día de invierno bien temprano en la mañana estaba tomando mate y sintió que los perros ladraban demasiado. Como él tenía ovejas se preocupó, se mandó el cuchillo a la espalda y salió a ver qué estaba pasando.
Mientras comprobaba que las ovejas estaban bien y los perros seguían atados, sintió un tremendo ruido, un rugido que venía de los cañadones. Intrigado, empezó a caminar y de repente vio que lo venía siguiendo un tremendo león. En un segundo analizó todas sus posibilidades: los perros no lo podían ayudar porque estaban amarrados y ya estaba muy lejos para volver a su casa. ¡Tenía que meterse al bosque, no quedaba otra!
Se puso a correr lo más rápido que pudo, pero los rugidos se sentían cada vez más cerca. El león se lo iba a comer vivo, no tenía escapatoria. Entonces levantó la vista y vio como un arco delgado al final del cañadón, de unos doscientos metros de alto, todo de hielo. Era una cascada escarchada por el invierno.
No la pensó dos veces y corrió hasta el chorro congelado. Se subió y empezó a trepar. Cuando iba por la mitad, miró para abajo y no me va a creer, amigo, que el león venía a la siga. Sacó el cuchillo, cortó la cascada y el animal se sacó la mierda. ¡Así se salvó mi abuelo materno!