Luis Avilés
Esto me pasó cuando era muchacho, tendría unos quince años. Yo era muy dormilón y mi papá me mandó a buscar un caballo al campo, por allá arriba en las montañas.
Yo andaba a pie con un perrito chiquitito y un cuellito al hombro, tratando de encontrar al caballo por los cerros. Llevaba harto rato buscándolo y, como no lo hallaba, me acosté un ratito a descansar y me dormí.
Hasta que mi perrito toreó. Abrí los ojos y vi un león al lado mío. Mi perrito ya no estaba, se lo había comido el león. Dije: «Si me levanto, este león me agarra, me salta encima y me come también». Así que me quedé tiradito, me hice el muerto nomás, quietito, sin moverme.
El león me empezó a oler los pantalones, la cara, por todos lados me trajinaba, pero yo quietito. De repente, me pescó del cuellito con el hocico y me llevó para un monte, un campón, una quebrada que estaba por ahí. Hizo un hoyo grande y me enterró. Me tapó con basura, con palos, con ramas, con todo lo que halló, el muy desgraciado. Yo tenía un cuchillo chiquitito y ganas me daban de sacarlo y mandárselo, pero no me atrevía, no ve que el león es muy rápido.
La cosa es que me tapó bien tapado, todo lo que encontró me lo echó encima y empezó a rugir. Estaba llamando a sus cachorritos para que vinieran a comerme, pero ellos no lo escuchaban porque estábamos muy lejos en el monte. Siguió rugiendo un rato y, cuando ya cachó que no pasaba nada, no le quedó más que bajar a buscarlos.
Ahí dije: «Ya, Lucho, deja de hacerte el muerto y levántate». Me desenterré con la ayuda de mi cuchillito y me fui corriendo lo más rápido que pude. En la mitad del camino paré a ver si el león no venía a mi siga. Estaba mirando para donde me había enterrado y yo también lo estaba viendo a él, pero me fui corriendo nomás y así me salvé.