Daniel Torres
Esta historia me la contó un viejito muy buena persona. Yo andaba buscando un bote para la venta, para llevarlo al Ofqui, y me dieron el dato de que en Murta Viejo había uno de aluminio tirado al lado de esa iglesia que está medio enterrada.
Así que agarré el caballo y me fui a verlo. Estaba en buen estado, pero no pillé a nadie que me dijera si tenía dueño. Me tuve que ir a Murta Nuevo a preguntar por el bote. Ahí encontré a un viejito que me dijo que estaba abandonado desde 1977, cuando el río Engaño inundó el pueblo y se llevó animales, casas, todo. ¡Se largó a contar!
—Una noche —dijo— estábamos durmiendo y nos despertó un tremendo ruido, un estruendo como si se estuviera cayendo el cielo. Eran los animales que se habían vuelto locos porque el río estaba creciendo, crecía y crecía. Me asomé a la puerta y vi que mis vecinos sacaban sus casas al río, las subían a los botes para hacerlas flotantes. Mi viejita estaba a punto de parir, así que le dije que se quedara adentro mientras yo subía nuestra casa a uno prestado porque yo no tenía.
¡Todo eso me contaba y yo solo le había preguntado por el dueño del bote!
—Y me va a creer que cuando íbamos a mitad de camino —siguió— nos pescó el viento y nos arrastró por el lado de Sánchez. Nos dejó en una playa de las islas Macias, esas a las que les dicen Panichini. Y qué íbamos a hacer. Buscamos unos palos, hicimos fuego y seguimos con nuestra vida normal. Como un mes estuvimos. Fue un tiempo bueno, no ve que en la isla hay leña, cordero, todo. Pero mi hijito nació enfermo y tuvimos que regresar. Agarré las cortinas de la casa y le hice unas velas y con las vigas armé un par de remos. Cuando hubo viento norte nos fuimos navegando. Pero como el viento en el lago es traicionero vinimos a caer aquí a Murta Nuevo. Por eso tengo mi campo en el pueblo antiguo y mi casa acá, donde la está viendo.
Ahí aproveché y le dije:
—¿Entonces el bote no es suyo? ¿Me lo podré llevar?
—No, gaucho, no es nada mío. Debe de haber sido de alguien que se murió en la inundación. Lléveselo nomás, los botes son como la tierra: son de quien los trabaja.
Era mentiroso el viejito, pero buena persona.