Juan del Carmen Ferreira
Esta historia es bien encachada. Es sobre los chulengos, las crías de los guanacos que antes se cazaban mucho por acá.
Un caballero de aquí de Guadal salió para los cerros. Como arriba hace frío, se fue bien abrigado con su mantita de huaso. Andaba caminando atento para cazar cuando encontró dos chulengos. Se mandó una buena disparada, pero le achuntó a uno solo y ni siquiera lo mató. Lo dejó aturdido nomás. Así que le pegó con un palo en la cabeza, lo cubrió con su mantita para encontrarlo después y se fue a perseguir al otro.
Anduvo y anduvo hasta que lo perdió de vista. Decidió volver, total, ya tenía uno. Pero me va a creer que no estaba por ninguna parte, no lo podía pillar. «Qué raro —dijo— seguro me salí del camino. Qué le vamos a hacer, me voy nomás».
La cosa es que como dos años después volvió para los mismos cerros y de repente se le cruzó un guanaco vestido huaso. ¡El bicho se había hecho el muerto y ahora de grande seguía usando su manta!