Griseldo Manríquez

Puerto Tranquilo

Esto le pasó a un poblador de Bahía Exploradores.

El hombre venía hacia Tranquilo, en la época en que no había camino. Llevaba varios días andando y le tocó la mala pata de que se le cansó el pilchero justo cuando tenía que cruzar el río La Huemula. Intentó que partiera dándole unos rebencazos, pero el animal no se quería mover. Así que no le quedó más que sacar sus cosas, dejar el caballo y ver cómo hacía para cruzar.

Estuvo un buen rato pensando cómo bandear el río sin que se mojaran sus cosas porque, pucha, llevaba dos chiguas, el soborno y otra carga arriba. ¡Andaba trayendo de todo! No hallaba qué hacer, hasta que dijo: «Voy a enlazar un salmón». No vaya a creer que es mentira, allá en La Huemula salían salmones grandes. De once, doce, hasta quince kilos saqué yo una vez.

Y el hombre enlazó uno enorme. Trató de ponerle las trabas para ensillarlo, pero, como el salmón no tiene patas, no pudo. Así que lo ahorco nomás. Le puso la montura, las pilchas, lo cinchó bien cinchado y se largó para el río. Y dice que llegó con la carga sequita, no ve que el salmón iba medio ahorcado, entonces andaba paradito.

El problema fue que el salmón, como buen pescado, se siente extraño fuera del agua y cuando llegaron a la orilla se puso bellaco, comenzó a corcovear y empezó a desensillarse porque es de piel resbalosa. Y, de tanto corcovear, la carga se le encogoteó, o sea, se le fue al cogote, el salmón se dio la vuelta y la mandó al río.

Así que el hombre volvió a quedar sin pilchero, pero esta vez del otro lado y con todas sus cosas mojadas.

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