Jorge Gatica

Puerto Tranquilo

Esta me la contó uno que se vino a vivir a Tranquilo. Era de río Bueno, donde parece que son ladronazos.

Dice que en la víspera de San Juan un amigo le propuso que fueran a una fiesta a robarse un chancho —no ve que para los San Juanes antes engordaban chanchos—. Pero él se resistía porque pensaba que los iban a pillar.

—¡El chancho se va a poner a gritar y todos lo van a sentir! —decía.

—No, porque vamos a llevar una olla con comida y harto vino y se la vamos a dar. Y también vamos a llevar un sombrero y una manta.

Lo primero para emborracharlo y lo segundo no le dijo. Así lo convenció y se fueron a la fiesta. Se metieron al patio trasero donde estaba el chancho. «Cochi, cochi», lo llamaban mientras iban tirando la comida. Y, claro, el chancho partió corriendo y se lo mandó todo. Cuando vieron que se le había ido el vino a la cabeza, abrieron la puerta para sacarlo.

—¿Y cómo lo vamos a llevar? —le preguntó al amigo.

—Caminando.

—Pero lo van a ver.

—No, porque lo vamos a emponchar. Le vamos a poner el sombrero y la manta y lo vamos a agarrar uno de cada lado, tú por allá y yo por acá, para que vaya paradito.

Así atravesaron la casa, llevando al chancho disfrazado con una pata al hombro de cada uno, muertos de la risa.

—No es la primera vez que yo haya hecho este trabajo —le conversaba el amigo—. Así te podís robar cualquier cosa, emponchada nomás, caminando entre la gente como cualquier cristiano.

Hasta que se cruzaron con el dueño de casa y el chancho dijo: «Onk, onk, onk».

—¿Y a este qué le pasa? —preguntó el dueño.

—Va curado el amigo —le respondieron los dos.

Y dirigiéndose al chancho:

—¿Para qué cresta tomaste tanto, tonto hueón?

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