Jorge Gatica
Había un viejo rementiroso que paraba en la misma pensión que yo. Un día se sentó a la mesa y me empezó a largar una tras otra, dele que dele.
—Usted no me va a creer a mí —decía—, pero esta historia no es nada mentira. Lo que pasa es que en esos años acá era muy nevador. Yo tenía como mil quinientas ovejas.
—¿Tantas?
—Sí, porque antes el que menos tenía tenía mil. Las ovejas se bañaban en agosto, era la costumbre de la gente. Una mañana llegué al corral como a las cuatro y empecé a bañar a mis ovejas. Como al mediodía el tiempo se puso malo y yo dije: «Capaz que nieve», y justo empezaron a caer esas plumillitas. Cuando me quedaban como doscientas ovejas, dije: «Para qué las voy a dejar para mañana, si va a estar levantando la nieve». Así que seguí, baña que baña. Cuando terminé ya había casi un metro de nieve y las ovejas estaban todas mojadas. Al otro día cambió el tiempo y se largó la escarcha. Porque ¡no me va a decir que en ese tiempo escarchaba poco!
Así conversaba.
—Al otro día me levanté temprano porque yo soy madrugador y a las cuatro ya estaba tomando mate. Cuando empardó un poquito salí a mover las ovejas. Les pegué un chiflido para que salieran a comer. Pero seguían quietas, ninguna se movió. Yo dije: «¿Qué pasa?». Me acerqué y no me va a creer que estaban todas duras, paraditas, muertas todas.
Para entonces ya ni me estaba hablando a mí.
—Doscientas ovejas se me murieron escarchadas. ¡Usted no me va a creer! —se decía a él mismo. ¡Se estaba echando la mentira solo!