Eliecer Vásquez
Esta me la contó mi compadre el gaucho Beto y es de cuando salió a pescar al lago Bertrand con un amigo de él.
Dice que estaba tan buena la pesca que no se dieron cuenta y los agarró la noche. No había luna y el cielo estaba nublado. Estaba tan oscuro que se perdieron. ¡No se veía dónde terminaba el lago y empezaba la tierra!
La cosa es que remando despacito encontraron la orilla. Se bajaron, agarraron las cuerdas y así, a tientas, reconociendo las cosas con la mano, ubicaron una especie de raíz y amarraron el bote. Caminaron un poquito, hicieron fuego, tomaron mate y se fueron a dormir.
Al otro día se levantaron bien temprano y partieron a buscar el bote, pero no lo pudieron pillar. Ahí mi compadre Beto vio una huella, como una cunetita de sembradío, y le dijo al amigo: «Vamos a seguir esta cuneta».
Caminaron como media hora para adentro hasta que se encontraron con un buey. ¡Estaba pastando de lo más tranquilo con el bote amarradito a una de las astas! ¡La raíz era el asta y el buey andaba con el bote a la siga!